París: El Cementerio de Montparnasse
El cementerio de Montparnasse en París es una especie de atracción turística más para la tropa de vivos que van a rendir homenaje a los muertos. Entre ellos, se encuentra un gran número de escritores y artistas. Las tumbas de Sartre, Beauvoir, Vallejo, Maupassant, Ionesco van desfilando entre miles de personajes que no han tenido la suerte o la desgracia de ser famosos. El cementerio está formado por un armonioso conjunto de callecitas y senderos con flores y lápidas a ambos lados. En su entrada hay un mapa donde nos sitúa las tumbas de su polvo más célebre.
Cuando uno llega a la tumba de César Vallejo le vienen a la memoria unos famosos versos “Me moriré en París con aguacero, un día del cual ya tengo el recuerdo.” No en vano, el escritor peruano pronosticó su final y acabó sus días en la pobreza y la soledad de un hospicio parisino.
Encontrar la tumba de Julio Cortázar es como jugar a la rayuela. 3a división, 2a sección, 17 oeste. Extraña diversión en un cementerio. La lápida está dividida en dos, Carol Dunlop, su última mujer en la parte superior y Julio en la inferior. Un montón de piedrecitas sobre la tumba, algún cigarrillo, mensajes escritos: “Julio, gracias por la búsqueda” y flores.
Samuel Beckett ocupa o el cemento que cubre su polvo un lugar prominente a un lado de los pasillos principales. Uno no puede evitar rememorar a Vlamidir y Estragón y hacer algo cómico en homenaje ante su tumba. Desabrocharse las botas y tratar de abrochárselas durante cinco minutos es suficiente.
“Deambulo por los días como una puta en un mundo sin aceras”, posiblemente Emil Cioran sienta en su propio polvo sus palabras, escondido entre las innumerables lápidas del cementerio.
Vivos y muertos: extraño collage. En la serena atmósfera del cementerio de Montparnasse, los curiosos pasos del viajero se mezclan con el silencio final de hombres y mujeres que no son más que polvo y algunos, con suerte, también son recuerdo.
Atracción turística en estado de morbo puro aunque inevitable para muchos. De todas maneras, ningún mal hace llevarle unas rosas a Sartre, un sombrero de copa a Beckett, unos gitanes o una cinta de jazz a Julio o que la embajada peruana se acuerde ahora de César con una banderita.
Justo enfrente del cementerio, en dirección al sur, se halla el restaurante Chez Papa. Cocina vasco-francesa capaz de levantar a un muerto por 10 euros el menú.
Fuente: eldiariodelviajero
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